18 diciembre 2007

Navidad en el pueblo...

La Navidad en el pueblo se vivía con algo de anticipación. El Municipio y el comercio en una alianza estratégica, como se diría hoy, colgaban, una semana antes, guirnaldas de ampolletas de todos colores de lado a lado de la calle en el centro mismo. En ciertas casas con mampara era posible observar caída la noche, árbolitos de pascua muy iluminados, en sus ramas colgaban fantasías navideñas que eran caras y costaba encontrar. La nieve (...) la reemplazaban motas de algodón salidas del botiquín de la casa. El arbolito era una rama de pino o de la macrocarpa que rodeaba el Estadio Municipal. Olía maravillosamente. Nuestra Navidad y Nochebuena olían en realidad a resina, a vida. Hoy es inodora con esos arbolitos postmodernos que desde su estructura de plástico pretenden simular la realidad.

El tren del cura Pérez

La Parroquia Nuestra Señora del Tránsito prefiguraba la Navidad con la Novena del Niño Jesús. Tenía como escenario una gruta muy hermosa que existía fuera del templo, más cercana a la casa habitación del Cura Pérez, don José Samuel. Allí se armaba un Pesebre con figuras policromadas de yeso y a su alrededor, como la gran atracción, un tren eléctrico, que si lo comparamos con los Marklin o Lima de hoy, era gigante. Sus vagones estaban cargados con frutas de la estación y paquetes de regalo. La novena se desarrollaba como todas. La diferencia, era más breve porque la cabrería comenzaba prontamente a inquietarse, todos querían admirar el convoy eléctrico en marcha. El señor Pérez procedía entonces a entonar el himno "Vamos niños al Sagrario que Jesús llorando está, pero en viendo tantos niños muy contento se pondrá".













El canto a voz en cuello ponía fin a la ceremonia. El cura se dirigía a la sacristía para despojarse de sus paramentos, minutos después ataviado sólo con su negra sotana regresaba a la gruta. Ante la expectación de los niños ponía en marcha el juguete. Primero zumbaba, enseguida iniciaba su periplo circular ante los ojitos asombrados de los más pequeños ... Así cada año. ¿ En que estación termini se habrá detenido, finalmente, el tren cuyo maquinista era el buen cura ?

La Nochebuena

El pan de pascua se hacía en casa, también el colemono. Señoras más curiosas preparaban rompón. A los cabros chicos nos mandaban a acostar a la hora de costumbre, no más allá de las 8, no sin antes dejar los zapatos en la ventana para que el Viejito Pascuero pusiera adentro los juguetes. Sólo esperábamos eso, juguetes. Los mayorcitos podían quedarse hasta más tarde. Los adultos cenaban a eso de las 11, previo a la apertura de regalos. Por supuesto no recibían juguetes. Antes de la cena el calor los había llevado a dar una vuelta por la plaza de armas en donde el orfeón municipal ofrecía una retreta entre 9 y 10 de la noche. Finalizaba con Noche de Paz. De allí muchos vecinos piadosos partían para la Misa del Gallo oficiada por los señores Pérez y López, párroco y teniente cura respectivamente. Estaban obligados a cenar más tarde pues la misa daba término muy cerca de la medianoche. Luego todo era Noche de Paz en el pueblo. Ni un alma por las calles, todos en sus casas. Es que la Nochebuena era un acontecimiento familiar.

La Cena

Champagne, colemono y pan de pascua para ponerse a tono. Enseguida, ya entonados, carne asada, pollo y ensaladas surtidas. Unas copas de vino (no muchas). El postre, duraznos en conserva con crema. En ciertas casas había torta y café. Era una novedad el soluble, hoy tan difundido y con tanto sabor a sopa de garbanzos.
El pavo navideño era aquellos años cosa de película yanqui. Los pavos de Molina pasaban susto entre junio y julio, no precisamente para Navidad.

El día después

Junto a los zapatos había camioncitos de madera, trencitos de madera, autitos de madera, muñecas de cartón piedra con rizos rubios. Algunos raros y novedosos juguetes con cuerda, también patines, pistolas de cowboy, espadas de lata, cascos prusianos de penacho rojo, triciclos, monopatines de madera, bicicletas marca Centenario para niños, cuerdas para saltar, trompos musicales de lata, autitos a pedales.
Los niños acudían a mediodía a la plaza para lucir sus juguetes y manifestar su alegría corriendo de allá para acá y de paso rompiéndolos o llenándolos con tierra ...
A la hora de almuerzo nos premiaban con Bilz u Orange Crush, mucho más ricas que las de hogaño.

Las fotografías: orgulloso tocado con mi casco prusiano de penacho rojo, también mi hermano Raúl con sus juguetes. Tomada frente al Teatro Municipal, de seguro, por mi padre con una cámara Kodak que Raúl aún conserva. A la derecha dos curiosos vecinos hilarantes. Tomada a fines de los años 40. Ante la imposibilidad de hallar fotografías del tren del señor Pérez publico la de uno cuya propiedad me disputa mi nieto Clemente.

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