03 diciembre 2006

El Teatro Municipal presenta...


La antigua expresión “desde que tengo uso de razón” sírvame para explicar que el Teatro Municipal ha estado desde siempre en el costado norte de la Plaza de Armas, que no es tan norte que digamos, si uno se instala allí con un compás (brújula) en mano. Hubo lo que mi padre llamaba el Teatro Viejo, sobre cuyas ruinas se levantó el actual Mercado, que primitivamente estuvo en el lugar que hoy ocupa el Gimnasio. De centro de abastos, ese primer mercado se transforma en el ring del Lautaro Boxing Club y, posteriormente, junto al sitio municipal contiguo, enrejado y con espejo de agua, es utilizado para levantar el Gimnasio. Corrían los años 60.

En cada ciudad del país había un Teatro Municipal. Mi patria no era la excepción. El primero de los concesionarios que recuerdo es don Ismael Espinoza. Después lo serían, en calidad de socios, don Lucho Villegas y don Ernesto Ferreti. De allí lo memorable: Mario y Marcelo Villegas invitaban a sus amigos a la matiné como bajativo de las empanadas dominicales. Casi en su última época el concesionario fue don Ernesto Sottolicchio del Picaresque capitalino, un teatro de revistas en que ya reinaba Daniel Vilches, Patty Jofré como vedette , Eduardo Thompson y otros graciosos.


El Municipal ofrecía funciones de vermouth y noche de lunes a viernes. Las publicitaba con fotografías de los filmes y grandes telones instalados afuera y en la principal esquina de plaza. Miércoles, sábado y domingo incorporaba una matiné, a las 14,30 horas. El mejor filme, un estreno a la par con Santiago, lo exhibía en la vermouth dominical, a las 19 horas. “Tout le Molina” se hacía presente en la platea, como si de una fiesta de gala se tratase. El pueblo unido se avecindaba en balcón y galería, localidades con tickets, se diría hoy, de menor valor. Todo duró hasta que apareció la televisión.

Espigo recuerdos: cada día pasaban una película diferente; los viernes siempre era una mexicana, las colas interminables, era un tiempo con menores índices de alfabetismo y ese público que leía a medias o no, repletaba las localidades. Aparte, de eso la platea costaba 5 pesos, el balcón 4 y la galería 3. Otro factor, siempre , por innumerables razones, hemos amado a México. Jorge Negrete, el recién fallecido Miguel Aceves Mejía, Antonio Aguilar, Germán Valdés,Tintán, Mario Moreno, Cantinflas, doña Sara García, María Félix, Cuco Sánchez, entre los que recuerdo, llenaban el ecrán con sus canciones, belleza humor y simpatía.

De la mano de mi padre don Oscar Rafael, iba al “biógrafo”, como él solía referirse al cine. Me impresionó hasta la lágrimas la actuación de Víctor MacLaglen en el papel de Gypo Nolan en “El Delator”, de John Ford. Me acercó al cine de Ford y a las históricas luchas de católicos y protestantes irlandeses. Películas italianas, francesas y españolas eran exhibidas con más frecuencia que hoy, siglo 21. En esa sala, saboreando maní tostado y con los ojos como plato, descubrí a Alberto Sordi,Vittorio Gassman, Gina Lollobrigida, Sofía Loren, Vittorio De Sica también a la Brigitte Bardot. Lo fundamental, sin embargo, fue darme cuenta que era posible construir discursos con imágenes.

Toparme con Chaplin fue otra cosa importante que le debo al teatro de mi niñez. Previo al ingreso comprábamos cucuruchos de maní a los almirantes dueños de unos barquitos anclados en la plaza, frente al teatro.

El gringo del teatro y otros descubrimientos.

Durante la administración de don Ismael Espinoza el operador del teatro era un alemán de nombre Willy. Nunca supe su apellido. Sólo que era alemán auténtico. Alto, rubio, ojos azules, casi no hablaba castellano. Apareció de pronto en el pueblo.

A cincuenta años de distancia objetivamente creo que se trataba de un ex soldado de la Wermacht, o tal vez de un submarinista , que huyó, como muchos otros, a Sudamérica luego de la derrota, en buena hora, del nacismo en Europa. Estábamos a menos de diez años del fin de la segunda guerra.

Para la gente del pueblo Willy era “el gringo del teatro”.Durante el día se movilizaba en un destartalado vehículo. Indescriptible, mas podría asociarse a lo que illo tempore era una camioneta. Transitaba como cuete, ensordecedor y humeante por las calles del pueblo, en una época en que los vehículos motorizados no llegaban a una centena, incluidos los taxis de la plaza. La “burra” del Cura Pérez era una limusina comparada con la cacharra del gringo.
De Willy se decían muchas cosas. Que había peleado en la guerra, que comía gatos, que no pasaba todos los rollos de aquellos filmes en que los aliados le sacaban la contumelia a los nazis. Mitos. Lo cierto, de pronto durante las funciones la película se cortaba.En oscuridad de la sala solían escucharse unos indignados ¡ya pus gringo!...y algo más...



Willy prácticamente vivía en el teatro rodeado de gatos, de ahí la historia que los preparaba al horno. Residió allí hasta que contrajo matrimonio con una de las señoritas acomodadoras. ¿Qué habrá sido de él?. ¿Cómo saberlo?.

Me arrepiento de haber zapateado de lo lindo cuando el 7° de Caballería galopaba al rescate de la niña y el jovencito asediados por los indios. Si fuese hoy estaría de lado de Sitting Bull, Gal, Caballo Loco y de los demás jefes de sioux y cheyenes. Custer fue derrotado en Little Big Horn por presumido, eso lo vine a saber ya adulto.


En el escenario del Municipal descubrí también la música y el teatro. La primera en las Veladas de las Fiestas de la Primavera, cuando Carlos Reyes Greave entonaba arias del "Príncipe Estudiante", de Sigmund Romberg a dúo con doña María Delgado, una joven profesora de la escuela en que trabajaba mi madre.


En cuanto al teatro, me produjo terror y me largué a llorar, la violencia de un duelo a espadas sobre el escenario en el epílogo de una obra cuyo nombre no conservé en mi disco duro. Siempre la violencia me descompuso. Más aún la que se registra fuera de los escenarios o de las pantallas.


Una última cosa, cuando actuó La Tongolele (Yolanda Montes), una bailarina de rítmos afrocubanos famosísima por un mechón blanco y un meneo de caderas que hoy haría palidecer a la tal Shakira, no estuve presente. A los espectáculos para adultos no se permitía el ingreso de niños. No se me ocurrió explicar que en el año 2006 iba a tener un blog para contarlo. ¿Cómo no se me fue a ocurrir? Era una buena disculpa para haberme colado.


Las fotografías. Mi abuela materna doña Dionisia Faúndez retratada frente al Teatro Municipal, mucho antes de los años 50. Fíjense en un detalle, al costado izquierdo no había sido levantado el edificio de la Municipalidad. Otro detalle, en los carteles se promociona la película “Verdejo Gasta Un Millón”.
Los personajes de las otras fotografías ustedes los conocen. Si hay dudas me escriben.

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